En estos días primaverales, empezamos a retomar la limpia de nuestras acequias y las reparaciones de aquellos desperfectos que las lluvias torrenciales y otros factores, pueden haber ocasionado en ellas. Al mismo tiempo, resurge la toma de contacto con el aguador, alcalde del agua, … la comunidad de regantes en general. Así que aprovecho para que conozcáis nuestra implicación y adaptación en el medio.
«Assaqya» es como se denomina en árabe hispano, y es que esta infraestructura, heredada de siglos atrás, constituye una parte esencial para entender nuestro paisaje, nuestros cultivos y nuestra cultura.
Desde nuestro espacio, se nos hace primordial que conozcáis cómo los frutales son regados, y cómo se han ido adaptando al clima y al riego. Árboles no endógenos, como pueda ser el aguacatero, y que son conocidos por su alta demanda de agua, son irrigados por inundación sólamente en ciclos de riego, en nuestro caso, cada once días entre los meses de mayo/junio hasta septiembre/octubre. El resto del año, nuestros frutales sólamente reciben el agua de la lluvia, que raramente es tan generosa como este año viene siendo.
Este hecho, por un lado, hace que nuestras frutas puedan ser más pequeñas o menos hinchonas que las del mercado convencional, pero con una concentración de sabor y propiedades mucho mayor que aquellas en las que el volumen de agua es mayor. Por otro lado, la distribución del agua, se hace a través de la acequia y no a través de tuberías de riego y goteros, reduciendo el consumo de plásticos y embelleciendo el paisaje.
Pero lo que más me interesa destacar en este momento, es la importancia de mantenerlas útiles y en funcionamiento, pues son patrimonio, conservan paisaje, fauna y flora y generan comunidad allí donde son utilizadas.
En los últimos años, y hablo de Coín que es donde nos encontramos, gran parte de la población vive en las huertas que rodean el núcleo urbano, pasando a ser urbanizaciones, casas con terreno, terrenos que antes eran destinados a la labor agraria pero que ahora, en muchas ocasiones pasan a ser jardines, o simplemente solares de cemento, donde la casa toma todo el protagonismo, olvidándonos del entorno y de la importancia de cuidar y conocer la función de la acequia en nuestra finca, con respecto a la comunidad, el pueblo. Construir cerca de sus cauces, no limpiarlas o verter en ella residuos contaminantes es una actitud en detrimento de nuestro paisaje, impide el aprovechamiento de nuestras aguas para el beneficio de la comunidad, causa inundaciones, erosión y además, disputas en la vecindad.
Con ésto, y no me extiendo más, quiero poner en valor el papel transformador de una comunidad de regantes bien organizada y consciente, apoyada por sus instituciones, y con sus comuner@s al mando, defendiendo el libre cauce y uso de nuestras aguas, para tod@s por igual.
Hoy vengo de una reunión de la Acequia Olivar, que es la nuestra, y a pesar de ser un destrozo lo que nos ha reunido, ocasionándonos gastos extras, vuelvo contenta de ver la implicación de la comunidad, las conversaciones, toma de contacto con nuestras vecinas, el paseo por nuestras acequias y la, cada vez mejor, acogida ante la participación en este tipo de espacios de mujeres jóvenes (a ver si poco a poco en cuestión de género es más igualitario, sobre todo en los cargos de responsabilidad) . Enraízo un poco más en el terreno.
Estas labores son las que nos tienen más entretenidas y preocupadas ahora mismo, viendo cómo los días de calor acechan y al mismo tiempo, cuidando y dando paso a las frutas y hortalizas de verano, tan deseadas.